La mujer y el vaso de alabastro
Ha llegado la hora de la verdad. Vivimos tiempos peligrosos e inciertos. ¿No hemos de indagar cuál es nuestro papel, qué función nos toca desempeñar en esta hora? Tenemos que conocer y entender los tiempos en que vivimos para poder inspirar a otros.
La mujer y el vaso de alabastro
La mujer que fue a Jesús, en Betania, en casa de Simón el leproso, con un vaso de alabastro, de perfume de gran precio, tuvo un detalle para con Jesús. Realmente, Él no necesitaba ese lujo. Humanamente hablando fue un auténtico derroche. Es casi seguro que para Él aquel incidente significara más bien un engorro. ¿Qué efecto puede producir un perfume de gran precio sobre la cabeza (o los pies) de un hombre en casa ajena? Probablemente fuera una molestia más que otra cosa. Ahora bien, para la mujer ese perfume representaba lo mejor que tenía y ese derroche fue toda una excentricidad. Ella lo dio todo, como la viuda pobre. Quiso manifestar a Jesús su aprecio y su amor. No escatimó nada, como hiciera Ornán (o Arauna) el jebuseo en la era que tenía en el monte Moriah, en Jerusalén (2 Sam. 24). Por cierto, el mismo lugar en el que Abraham ofreciera en sacrificio a su hijo Isaac. Aunque no fuera en absoluto práctico, Jesús sale en su defensa y pronuncia palabras que pueden parecer superfluas para justificarla o disculparla: «¿Por qué molestáis a esta mujer? Pues ha hecho conmigo una buena obra». ¿Qué buena obra ha hecho? Expresarle todo su amor y su gran aprecio. Y Él la justifica porque lo que dice lo dice solamente para justificarla.
Ahora bien, por otro lado, ¿no merece Él todo lo que se le pueda ofrecer? ¿No es Él Creador y Señor de todo? ¿O es que los pobres merecen más atención que Él? ¿Por qué? ¿Acaso es más importante cubrir cualquier necesidad humana, las infinitas necesidades de los pobres, antes que mostrarle a Él agradecimiento de una manera extravagante? Esa mujer demostró de forma fehaciente que era una mujer extravagante. Para ella las cosas no tenían importancia. Ponía todo valor en lo que realmente vale e importa: agasajar a Jesús, demostrarle toda su devoción a cualquier precio, porque Él es digno de todo loor y reconocimiento, y dueño de todo. Por eso Él la justifica diciendo: «A los pobres siempre los tendréis con vosotros, pero a mí no siempre me tendréis». Que es como decir: «La necesidad humana es inagotable, pero el tiempo que tenéis en la tierra para adorarme y glorificarme es muy limitado. Aprovechadlo pues, siendo generosos conmigo, derramándolo a mis pies».
«Porque al derramar este perfume sobre mi cuerpo lo ha hecho a fin de prepararme para la sepultura. ¡Qué superfluas resultan estas palabras materialmente entendidas. Físicamente no tienen mucha lógica. Sin embargo, desde un prisma espiritual, este detalle es paradójicamente muy valioso, ministró el corazón del Señor y en ese sentido le preparó para su sepultura. Por eso Jesús le sale al paso en seguida diciendo: «De cierto os digo que dondequiera se predique este Evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que esta ha hecho para memoria de ella» (Mt. 26:13).
Cabe añadir que Jesús no desaprovecha la ocasión de expresar su agradecimiento a la mujer y de enseñarnos a todos lo que significa este tipo de detalles para con Él, Señor, dueño y autor de todo. ¡Qué humildad exhibe nuestro Señor exaltándola y afirmándola! ¡Cómo la honra pública y universalmente! Podía haberles dicho, sobre todo a sus discípulos: «Al fin y al cabo Yo merezco todo el honor» Pero discretamente se olvida de sí mismo y la exalta a ella. A Él sea la gloria por los siglos de los siglos. Nos da las gracias hasta por el más mínimo favor que recibe. Hace bien a todos. Es generoso hasta el colmo. Aunque nada que le demos es nuestro, sino suyo. Sin embargo, Él lo reconoce y lo publica para que todo el mundo lo sepa. Pues el Señor la honró delante de todos y ante su Iglesia de todos los tiempos.
Nosotros también podemos ofrecer pequeños regalos -o cachivaches extravagantes, superfluos- al Señor sin tener para nada en cuenta su valor material, sino solo lo mucho que significa para nosotros. ¿Por qué dijo Jesús que su excentricidad sería recordada al ser predicado el Evangelio en todo el mundo? ¿No sirvió ese detalle para derramar un poco de bálsamo, cual ungüento para enjugar las profundas y dolorosas llagas que le iba a causar su próxima e inminente crucifixión?
Ha llegado la hora de la verdad. Vivimos tiempos peligrosos e inciertos. ¿No hemos de indagar cuál es nuestro papel, qué función nos toca desempeñar en esta hora? Tenemos que conocer y entender los tiempos en que vivimos para poder inspirar a otros. ¿Qué detalle, o perfume, o bálsamo podemos nosotros derramar como ungüento para el Señor, sin cálculos ni medidas, algo que nos sea precioso y de mucho valor, aunque en realidad no valga nada, pero que es todo un detalle para con Él? Que Dios nos ayude a descubrir lo que le podemos ofrecer y también a otros, que se puedan beneficiar por extensión, por haberles dado un claro ejemplo a seguir, por haber honrado al Maestro. Y sabemos esto: «El que me honrare, mi Padre le honrará».
Antonio Pérez Sobrino