LA VERDADERA AMISTAD

02/26/2023


Autor: Antonio Pérez Sobrino

Las tres preguntas fundamentales que nos podemos plantear son: «¿Creo yo en Dios?» Ésta no lleva muy lejos. «Los demonios creen y tiemblan». «¿Tengo trato con Él?» Acabamos familiarizándonos con las personas con quienes tratamos ciertos asuntos. «¿Es Dios mi amigo? O por decirlo de otro modo, ¿amo yo a Dios?»


Este tercer nivel es realmente vital. ¿Cómo se puede lograr? Haciendo cosas juntos. La profundidad e intensidad de la amistad encontró de la variedad y extensión de las cosas que hacemos y disfrutamos juntos. ¿Será constante esa amistad? Esto también depende de la permanencia de nuestros intereses comunes, y de si estos van creciendo hasta abarcar cada vez círculos más amplios, para que no nos estanquemos. La amistad más sublime exige crecer. Debe ser progresivamente como la vida misma. Los amigos deben caminar juntos. No pueden permanecer por mucho tiempo quietos, porque ello significa la muerte de la amistad y de la vida.


Amistad con Dios es la amistad de un niño con su padre. Tal como un hijo ideal crece diariamente en una relación más íntima con su progenitor, así también nosotros podemos crecer en un amor más íntimo con Dios, abriéndonos a sus intereses, pensando sus pensamientos y compartiendo sus empresas.

Frank Laubach, acotaciones de Cartas de un místico moderno


La amistad es un artículo muy cotizado, pero muy escaso. No hay nada en el mundo más noble y más raro que una amistad verdadera. Casi todo el mundo sabe que la amistad representa un valor inestimable. Todos quisieran disfrutar de los réditos que ella reporta, pero es un bien preciado y costoso, en modo alguno gratuito. Es uno de los mayores regalos que le ha sido concedido a la humanidad. El mejor antídoto para combatir la soledad y el aislamiento que, como seres humanos, todos padecemos. Un don que fomente el crecimiento y el desarrollo personal del amigo. El que tiene un buen amigo nunca estará solo. La amistad es una de las cosas más bellas y consoladoras que hay en la vida. Muy apreciada en la antigüedad, pero parece que hoy escasean los buenos amigos.

Las sociedades occidentales son víctimas de la ruptura de muchas relaciones, de vidas fragmentadas, y numerosas familias sufren desolación y ruina cada día. Además, el ajetreo de las grandes ciudades y el estilo de vida moderno originan alienación y soledad. Es raro que florezcan hoy amistades auténticas. La soledad engendra mucha angustia. Donde faltan los amigos hay una escasez pavorosa de intimidad. En consecuencia, mucha gente busca la intimidad en lugares equivocados y por motivos torcidos. Pero cuando se comparten sueños, alegrías, gustos, anhelos o decepciones profundas es posible tener intimidad.

El diccionario de la Real Academia Española define la amistad como un «afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato».

La palabra amistad procede del latín amicitas-atis, amicus (amigo) y amare. La relación de amistad surge con el afecto, pero no se limita a las emociones. Implica enriquecimiento mutuo, comprensión y ayuda. Es un encuentro entre dos personas que deciden voluntariamente ser entre sí generosos, veraces, fieles, y colaborar en actividades valiosas. La amistad puede darse entre los seres humanos sin importar su sexo, edad o condición.

La base de la amistad es la confianza, lo cual implica vulnerabilidad para reconocer abiertamente defectos o errores ante otra persona. Al abrirnos damos la oportunidad a otros de descubrir algo acerca de nosotros mismos, de identificarse con nuestras debilidades o defectos, ya que no es cosa de alardear de nuestros puntos fuertes.

Para desnudar el corazón hay que hacerse vulnerable, darse cuenta de tal cual se es, ya que uno no teme ser conocido ni dar a conocer sus fallas. Al hacernos vulnerables y transparentes, al darnos a conocer tal cual somos, damos a conocer nuestro verdadero yo. Un amigo te permite ser tú mismo. Cuando estás con un amigo no tienes que fingir nada que no seas, los amigos se aceptan tal cual son, con sus defectos y sus virtudes. Hacerse vulnerable significa derribar las barreras de protección que naturalmente erigimos para no resultar lastimados en nuestro ser interior. La vulnerabilidad es esencial para cultivar relaciones auténticas. Aunque sea difícil, es necesario para darnos a conocer y llegar a conocernos.

La amistad crea un ambiente propicio de confianza en el que florecen la identificación y el intercambio personal (enriquecimiento) a muchos niveles (ideas, aficiones, sentimientos...). Las buenas amistades se basan en valores que las hacen únicas y especiales. La fidelidad es fundamental. Un amigo fiel respeta las decisiones del otro, le apoya, tiene tiempo para escuchar y aconsejar. De este modo se entablan relaciones genuinas y transparentes, pues los otros no se quedarán amenazados ni pensarán que la virtud, o el éxito, o la prosperidad, o lo que sea, nos ha sonreído a nosotros sobremanera, mientras que ellos nadan en la escasez emocional, mental, espiritual o material. Así evitaremos reforzar las barreras de incomunicación y los complejos de inferioridad. Así seremos accesibles y cercanos.

La amistad es libre, voluntaria, a veces espontanea. Supone decidir previamente el conocerse de manera íntima y personal. Por tanto, es menester abrirse, y mostrarse tal cual uno es. Ello requiere tiempo, trato, compromiso, fidelidad y lealtad. La transparencia exige franqueza, honestidad y humildad. Al mostrarnos vulnerables y no ocultar nuestras debilidades, nos identificamos unos con otros, reconocemos nuestras propias luchas, nos damos a conocer y conocemos a las personas. Para amar a las personas hay que conocerlas, comprenderlas e identificarse con ellas. Y muchas veces solo podemos conocer a los otros por lo que nos dicen de sí, lo que nos confían, esto es, por lo que dicen y por lo que callan, por lo que deducimos e intuimos alrnos con ellos. Por eso es muy importante dar a conocer llanamente nuestro verdadero yo.

En la amistad, por lo general, opera algún tipo de afinidad o admiración. Como norma, escogemos a los amigos que son y pensamos como nosotros. O bien se parecen a nosotros, o les admiramos y queremos parecernos a ellos. Es decir, se produce un acercamiento, un enamoramiento mutuo. Ya el pensamiento griego (Aristóteles) distinguió en las relaciones humanas el amor philia (φιλíα), o amistad, el eros, o amor romántico, el ágape, o amor puro, comprometido y sacrificial, y el storgé, o amor afectuoso, paterno- filial. Es uno de los cuatro amores que distingue a CS Lewis, y comenta en su libro bajo el mismo título.1 Es uno de los grandes amores espirituales porque es abnegado y desinteresado. Antepone el bien, los intereses, la prosperidad del amigo antes que el propio beneficio. Evoca el amor fraterno e incluye la amistad y el afecto.


  1. CS Lewis, Los cuatro amores, editorial RIALP, Madrid, 1996.


Reseña histórica

Ejemplos de amigos en la historia serían Platón (427-347 a. C.) y su maestro Sócrates2 (470-399 a. C.); Platón aprendió de su maestro (y amigo) Sócrates durante unos 8 años en los que fue discípulo suyo; Lelio y Escipión Emiliano fueron amigos, como narra Cicerón en su obra De amicitia (también conocida como Laelius)2; también lo fueron Ático y Cicerón; San Pablo fue verdadero amigo de Timoteo, Tito, Filemón y Bernabé. El inventario sería interminable.

  1. Marco Tulio Cicerón, Laelius De amicitia, (Sobre) La amistad, (Editorial Trotta, 2002; Escolar y Mayo, 2019, Madrid).

El Lisis (Λύσις, Sobre la amistad), es uno de los «Diálogos» en el que Platón relata la amistad que tuvo con su maestro Sócrates y define la amistad como virtud.3 Dialogando con un grupo de jóvenes amigos, Sócrates define la esencia de la amistad en la afinidad de semejanzas. Afirma que lo «semejante es amigo de lo semejante» y que el bueno es amigo del bueno mientras que el malo no trabará con nadie una amistad verdadera». Platón enseña que la amistad tiene como meta la perfección de la naturaleza humana en las personas de los amigos. Declara que «dos no son amigos si no se tienen gran estima mutua». Y al preguntarse qué sea la amistad dice que el amigo es amigo tanto «por lo que quiere como por lo que detesta». Su carácter debe concordar con sus sentimientos y ambos deben compartir ideas y convicciones. La amistad siempre comparte algo.

  1. Platón, Diálogos (etapa socrática o de juventud). Editorial Herder, Barcelona.

El mundo antiguo se ocupó del concepto de la amistad. Autores griegos y romanos como Pitágoras (c. 570-c. 490 a. C.​) y Cicerón (106-43 a. C.) aportaron ideas sobre el valor y el cuidado de la amistad. Muchos pensadores cristianos, entre ellos los Padres de la Iglesia, consideran que la amistad es un valor esencial para la vida. La comunidad filosófica que fundó San Agustín en la quinta de Casiciaco con objeto de compartir ideas y convivir con amigos, da testimonio de amistades célebres movidas por ideales.


Aristóteles (384-322 a. C) elucubra acerca de la amistad en su «Ética a Nicómaco»; Séneca lo hace en sus Cartas a Lucilio y Cicerón en su libro De Amicitia. Todos ellos conciben la amistad como una relación sincera entre hombres (y mujeres) virtuosos basados ​​en la confianza entre dos o más personas y el desinterés en su relación. Su objeto es vivir de manera recta y buscar juntos la felicidad (Ética a Nicómaco, libros VIII y IX dedicados a la amistad).4


  1. Aristóteles, Ética a Nicómaco. Editorial Gredos, 2014.


¿Qué es la amistad? Aristóteles declara en su Ética a Nicómaco (VIII, 1) que «la amistad es lo más necesario para la vida», y para una vida feliz. «En efecto, sin amigos nadie querría vivir, aunque poseyera todos los otros bienes». Y Cicerón dijo que «sin amistad un hombre libre no puede tener una vida digna» (De amicitia). Una vida sin amigos no es una vida plena. La amistad es indispensable para el crecimiento y el desarrollo de la persona. Vivir y compartir experiencias con los amigos alegra la existencia, ahuyenta la soledad, da sabor a la vida. La amistad es algo especialmente valioso.

Aristóteles también asegura que la verdadera amistad sólo es posible entre personas virtuosas. La amistad «es una virtud», y «los justos son los más capaces de amistad». La vincula con la Idea del Bien absoluto. Además de necesaria, la amistad es algo noble y hermoso, y en su forma más acabada, consiste en «querer y procurar el bien del amigo por el mismo amigo». Según él, el ser humano es un animal social y la amistad es la forma más satisfactoria de convivencia. La amistad exige un querer mutuo, recíproco, reconocido por ambas partes.

Aristóteles reconoce tres formas de amistad basada: (a) en la utilidad, (b) en el placer y (c) en el bien, es decir, en la virtud o excelencia de la persona a la cual se quiere. En el primer caso se quiere el bien del amigo por el provecho o beneficio que nos reporta, porque nos resulta útil; en el segundo, se quiere el bien del amigo por el placer que nos proporciona sus actos y su compañía; y en el tercero, se quiere el bien del amigo por él mismo, porque es bueno.

Solamente, pues, en la amistad basada en el bien, la virtud y la excelencia, se quiere al amigo por él mismo. Esta sería la amistad perfecta. Pues solo es amistad la de los buenos. Solo en esta forma de amistad se da la benevolencia, es decir, el querer al amigo y el querer el bien del amigo por él mismo, que es lo que define la auténtica amistad.

Cada cual se manifiesta en el modo en que vive y realiza su propia existencia, en las acciones que lleva a cabo. El hombre bueno se manifiesta en buenas elecciones, rectas. A su vez, las acciones y elecciones rectas dependen de la posesión de disposiciones o hábitos morales adecuados que configuran el carácter. Y si las elecciones resultan del carácter -y de los hábitos que lo configuran-, los hábitos y el carácter son, a su vez, resultado de las elecciones. Cada cual es responsable de su propio carácter, ya que éste resulta de sus propias elecciones.

En la Etica a Nicómaco (VI, 2) Aristóteles define la virtud como un hábito, o sea, como una disposición firme y estable. Así pues, cuando alguien bueno se convierte en amigo querido pasa a ser un bien para aquél que lo quiere. La meta de la amistad es la perfección de la naturaleza. De modo que uno y otro quieren su propio bien, y se recompensan recíprocamente (Ética a Nicómaco VIII, 5).

En la amistad perfecta los amigos comparten la misma concepción de la felicidad y de la virtud, los mismos motivos y las mismas aspiraciones. Siendo así, el bien de los amigos será no obstante el mismo y, por tanto, cada uno de ellos será su propio bien al querer el bien del amigo.


El precepto del amor cristiano se basa en una comunidad espiritual o personal. La actitud aristotélica para con el amigo carece de la universalidad de la actitud cristiana para con el prójimo. Y es que la relación de amistad no puede extenderse a todos los seres humanos, porque la amistad no es mera benevolencia, sino benevolencia recíproca, conocida por ambas partes. Suele decirse que «amigo de muchos, amigo de nadie»; así pues, la calidad de la intimidad da una idea de la clase de amistad que vincula a los amigos». Horacio exclamó que «su amigo Virgilio era la mitad de su alma».


En Aristóteles la amistad se reduce a los propios amigos. Es una comunidad de individuos que conviven y comparten elecciones, acciones y formas de vida nobles; que se alegran y se gozan, y también se entristecen y sufren, con las mismas cosas. Aristóteles viene a decirnos que solamente el que quiere lo mejor para sí mismo puede querer realmente lo mejor para el amigo. Como dice Tomás Calvo Martínez «parece razonable convenir en que una amistad que no hace mejores a los amigos es una amistad que no merece tal nombre ni merece la pena cultivarla».


Cicerón conoció el pensamiento de los cuatro precursores griegos que trataron el tema de la amistad: Platón, Aristóteles, Teofrasto y Panecio. En su idea de la amistad también influyeron los estoicos.


Cicerón cree que: «... sólo entre los hombres de bien puede existir la amistad»; sólo entre aquellos «que ponen el sumo bien en la virtud», porque ésta es «la que engendra y mantiene la amistad». «Sin amistad -dice Cicerón- no hay vida digna de un hombre libre... Si la amistad desapareciera de la vida, sería lo mismo que si se apagara el sol, porque nada mejor ni más deleitoso hemos recibido de los dioses inmortales». La amistad es un don.


En las Epístolas Morales a Lucilio, escritas por Lucio Anneo Séneca (4-65 d. C.) durante los últimos tres años de su vida, el filósofo estoico declara:


«Si realmente consideras un amigo a alguien en quien no confías tanto como en ti mismo, te equivocas rotundamente y no conoces suficientemente la fuerza de la verdadera amistad». Y «con un amigo se debería poder hablar de cualquier cosa, pues uno debe confiar en el otro. Pero es menester evaluar antes a la persona con quien se desea entablar una amistad... Tómate tiempo para reflexionar si debes aceptar o no a alguien como amigo... Pero una vez tomada la decisión, acógelo, dialoga con él como lo harías contigo mismo... Comparte al menos con tu amigo inquietudes y pensamientos. Trata lealmente a tu amigo, y él te será leal».


Los verdaderos amigos están unidos, crean una esfera de intimidad en la que comparten triunfos y derrotas. Por eso dijo Horacio: «Mientras esté en mi sano juicio, nada será para mí comparable a un dulce amigo». Y es que nada hay más dulce que compartir, dar y recibir, acoger y ser acogido. Séneca sentencia: «la posesión de un bien no es grata si no se comparte».


Cuando dos personas se tratan y colaboran largo tiempo de manera afable, leal, generosa..., se difieren la una para la otra en algo único en el mundo. San Agustín dijo que la amistad es «comunicación, mediante benevolencia y amor, de las cosas humanas y divinas».5


  1. Lucio Anneo Séneca, Epístolas Morales a Lucilio, Editorial Gredos, 1989 (Biblioteca Virtual de Andalucía).

El cristianismo espiritualiza el concepto de amistad porque tiene gran importancia para la vida humana personal por sus implicaciones éticas. San Ireneo de Lyon (c. 130-c. 202) dijo que la amistad divina brinda la inmortalidad a todos los que participan en ella. San Jerónimo (340-420) dijo que la amistad es duradera porque en ella participa el mismo Dios. San Agustín (354-430) dijo que la amistad es eterna. San Ambrosio (c. 340-397) declaró que la amistad cristiana puede ser entendida como la «relación simple y directa que tiene el hombre con Dios gracias a la mediación de Cristo». Tener buenos amigos engrandece a la persona, ser amigo de Dios es asegurar la gloria y la inmortalidad.


Cuando San Jerónimo inició una nueva vida en el desierto sintió la soledad y la necesidad de apremiante de amistad y comunicación. En esta primera etapa sus cartas se presentan llenas de afecto, exaltan la belleza de la amistad y expresan abiertamente su necesidad del calor fraternal. He aquí una muestra:

«...Que ni el tiempo ni la distancia de los lugares rompen esta amistad nacida en nosotros ya la que da consistencia el amor de Cristo. Confirmémosla con recíprocas cartas que corran el uno al otro, se crucen por el camino y hablen de nosotros» (Carta 5,1)

Dice San Agustín en La Ciudad de Dios: «¿Qué cosa hay que nos pueda consolar en esta sociedad humana, tan llena de errores y trabajos, si no es la fe no fingida y el amor que se profesan unos a otros los verdaderos amigos? » Y relata en sus Confesiones la amistad que le unía a sus amigos Alipio, de Tagaste, y Nebridio:


«Habíale yo hallado en Roma y adhirióse a mí con un vínculo muy fuerte y se vino conmigo a Milán así por no dejar mi compañía... Tal entonces era Alipio, amigo mío muy estrecho. Y perplejo de la misma incertidumbre que yo, se preguntaba conmigo qué tenor de vida llevaríamos... También Nebridio, que abandonada su patria, venía de Cartago... había venido a Milán en aquella sazón, no por otra causa sino para vivir conmigo , fundidos en el escandecido amor de la verdad y de la sabiduria. Y suspiraba a porfía, ya porfía fluctuaba el amigo ardiente, escudriñador acérrimo de los problemas más difíciles, infatigable como el fuego en la investigación de la vida bienaventurada. Y en Milán estábamos los tres; tres bocas famélicas de tres indigentes comensales y particioneros a la vez de nuestra hambre y de nuestra penuria; y volvimos a Vos esperábamos que nos dieseis el bocado oportuno...». (Confesiones, cap. VII, pp. 283, 284, 285).

Agustín cita en una carta a un antiguo amigo: «Ya sabes cómo definió la amistad Tulio, (Cicerón) el máximo exponente de la elocuencia romana. Dijo, y dijo con toda verdad: "La amistad es el acuerdo en las cosas divinas y humanas con benevolencia y caridad"» (Cartas, 258, p. 498).


En sus Confesiones, Agustín relata el dolor inmenso que le causó la pérdida de un verdadero amigo, un joven de Tagaste, varios años antes de su conversión al cristianismo6:


«Suspiraba, lloraba, me conturbaba, y no hallaba descanso ni consejo. Llevaba yo el alma rota y ensangrentada, como rebelde a ser llevada por mí, y no hallaba donde ponerla. Ni en los bosques amenos, ni en los juegos y los cantos, ni en los lugares aromáticos, ni en los banquetes espléndidos, ni en los deleites del lecho y del hogar, ni siquiera en los libros y en los versos descansaba yo. Todo me causaba horror, hasta la misma luz; y todo cuanto no era lo que él era, aparte el gemir y el llorar, porque sólo en esto encontraba algún descanso, me parecía insoportable y odioso» (IV, 7, 12). Aunque el Agustín posterior a su conversión proclama que «...no hay amistad verdadera sino entre aquellos a quienes Tú (Dios) adhieres uno a otro por medio de la caridad, derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo» (IV, 4, 7).


  1. San Agustín, Confesiones, Aguilar Editor, Madrid, 1941.


La amistad espiritual


Aelred de Rievaulx (Elredo de Rieval)

En la segunda mitad del siglo XII, Pedro de Blois escribió Sobre la amistad cristiana y el cisterciense inglés Aelred de Rievaulx (1110-1167) el célebre tratado De spiritali amicitia (Sobre la amistad espiritual), en el que cantó la sublime belleza de la amistad. Aunque influido por el De amicitia de Cicerón, bebió en fuentes como las Escrituras y algunos Padres de la Iglesia. Aelred sentenció: «La amistad es un acuerdo en las cosas humanas y divinas, acompañado de benevolencia y caridad». La caridad exige amar a todos los hombres; la amistad, que sean unos pocos aquellos a quienes confiamos los secretos de nuestro corazón. Pero no todas las amistades son del mismo calibre. Solo la amistad espiritual merece ese nombre. Solo la amistad espiritual cumple el mandamiento evangélico «Amaos los unos a los otros» (Juan 15:17).

La amistad verdadera nos prepara y ayuda para lo que más debe importarnos, nuestra amistad con Dios. La amistad humana -afirma Aelred- puede y debe ser una preparación para la amistad divina, y la amistad con Cristo. Como en la caridad, en la amistad genuina todo es santo y verdadero, pero, además, gozoso y dulce. Cristo es quien la inspira, la robustece y la perfecciona, por eso es fácil y grato elevarse desde la amistad con el semejante hacia la amistad con Cristo.

El mal no puede nunca ser legitimado por la amistad. Ésta exigirá en ocasiones sacrificios. Pero nada hay en verdad valioso que no exija de nosotros algún esfuerzo. Los beneficios que trae consigo la amistad no deben ser su motivo, sino su consecuencia.


La amistad es posible, y no hay que renunciar a ella porque su ejercicio pueda acarrear en ocasiones algún contratiempo. Si, llegado el caso, no hay que negar al amigo la muerte del propio cuerpo, sí hay que negarle todo lo que comprometa la vida del alma. No es lícito elevar a los amigos a cargos y honores cuando uno tiene la ocasión de hacerlo. El mérito debe estar por encima de la amistad.


Desde un punto de vista histórico, el tratado De spiritali amicitia representa un intento de combinar la Biblia y Cicerón. La amistad es virtud, de ahí que sólo los cristianos puedan practicarla con perfección. Para Aelred, nada que se aparte del bien debe ser permitido, por honda que sea la amistad. La amistad humana es a sus ojos un camino hacía la amistad divina.


He aquí algunos fragmentos de la obra La amistad espiritual:

«...Y así, mientras la poca ciencia que me había transmitido el mundo se iba endulzando con la Sagrada Escritura y, en comparación con ella, iba perdiendo su valor, me venía a la mente lo que había leído sobre la amistad en el librito mencionado (De amicitia de Cicerón) y me admiraba de que ya no me supiese tan bien como antes. En efecto, ya no me sentía arrebatado en mis afectos por nada que no estuviera melificado con la miel del dulcísimo nombre de Jesús ni por nada que no estuviera sazonado con la sal de las Sagradas Escrituras. Y, sin parar de darle vueltas, me preguntaba si no se podría fundamentar (la amistad) en la autoridad de las Escrituras. Después de leer mucho sobre la amistad en las obras de los Santos Padres y queriendo amar espiritualmente sin tener la capacidad necesaria, decidí escribir acerca de la amistad espiritual y prescribirme a mí mismo unas reglas de casta y santa dilección».7


Como todas las realidades fundamentales de la vida, la amistad, para Aelred «comienza en Cristo, progresa en Cristo y es perfeccionada en Cristo». (Libro 1, 10)

Y también:
«...Esa amistad, que necesariamente debe existir entre nosotros, comienza en Cristo, se conserva en él y a él se dirige, ya que es su meta y su culminación. Así lo deseo porque consta que Tulio (Cicerón) ignoraba la virtud de la verdadera amistad, pues desconocía del todo a Cristo, que es su principio y su fin» (Libro 1, 8).
Y añade:
En la amistad se unen la honestidad y la suavidad, la verdad y la fiesta, la dulzura y la firmeza, el afecto y las obras. Todas estas virtudes nacen en Cristo, por Cristo crecen y en Cristo se perfeccionan...Así, si un amigo se adhiere a su amigo, en el espíritu de Cristo, llega a ser con él un solo corazón y una sola alma, y si asciende por este escalón de amor a la amistad con Cristo, se hace con él un espíritu en un beso. Por este beso cierta alma santa suspiraba diciendo: «Béseme con el beso de su boca» (Cant.1:1). (Libro 2, 20-21)


  1. Aelred de Rievaulx (Elredo de Rieval), La amistad espiritual, Editorial Monte Carmelo, Madrid, 2014.


Porque ya no es el cristiano el que obra, sino Cristo mismo quien obra en él (Gálatas 2:20). En Cristo tiene origen la amistad, y ésta se sigue realizando en los que imitan al Maestro. De este modo, Cristo sigue haciéndose presente como «amigo» del hombre.


Tanto San Buenaventura (1221-1274) como Santo Tomás (1225-1274), analizaron detenidamente el tema de la amistad.


Para Santo Tomás, la condición necesaria y suficiente del amor de benevolencia a otro es la semejanza entre el amante y el amado. Los semejantes «son de algún modo una sola cosa». La amistad es un amor de benevolencia recíproco. La relación amorosa entre los seres humanos se apoya en la secreta tendencia hacia la perfección que opera en todos ellos. Desde su indigencia aspiran a su propia perfección.


Tomás de Aquino en su Suma Teológica relaciona la amistad con el amor, asegura que una auténtica relación de amor verdadero da cabida a la compañía, el trato y el respeto (aceptación). Combina la filosofía de Aristóteles con la revelación cristiana. Distingue tres rasgos o características fundamentales:


  1. Convivencia. Gracias a la vida interior espiritual «podemos relacionarnos con la trascendencia» y con los demás mediante una unión de corazones. El amor es amistad.


  1. Reciprocidad: «El amigo es amigo para el amigo». Busca el bien del otro y se comunica para conocerse mejor. La amistad es una relación de amor mutuo entre personas, no mero afecto. «No todo amor es amistad, sino el que entraña benevolencia, pues «quiere el bien de alguien». También interviene la comunicación, trato o correspondencia o conocimiento y comprensión del otro.


  1. Honestidad. Como Aristóteles, distingue tres amistades: deleitable, útil y honesta. El amigo es amado por sí mismo. La amistad no busca aprovecharse del otro. Acepta al otro tal como es. El amor es una relación desinteresada, honesta y respetuosa, no meramente placentera. En todo caso, el placer es una consecuencia del amor.


La amistad en Santo Tomás se funda en la amistad con Dios: el hombre ama porque Dios le ama. La amistad es un don maravilloso de Dios. Santo Tomás de Aquino declaró que no cualquier amor es amistad, sino únicamente el amor benevolente, o sea cuando se ama a alguien deseándole algún bien. En caso contrario no se da amor de amistad, sino de concupiscencia.8


  1. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, BAC, Madrid, 2005.


Raimundo Lulio (1232-1315) escribió El libro del amigo y del Amado, que es un cántico al amor, una colección de epígrafes místico-poéticos a modo de versículos. El Amado es Cristo y el amigo, las almas que buscan la perfección y se unen a Él en obediencia. Menéndez Pelayo calificó la obra de «admirable poesía sobre el amor divino y el amor humano». A ella pertenecen los siguientes fragmentos:


«Se encontraron el amigo y el Amado y dijo el Amado al amigo: «No hay necesidad de que me hables. Hazme señas con tus ojos, que son palabras a mi corazón, para que te dé lo que me pides».


«El Amado enamoró al amigo y no le compadecía por sus fatigas, para que fuese más intensamente amado. Y en el mayor desfallecimiento encontró el amigo mayor gozo y recreo»


«Entró el amigo en el huerto del amor, en donde vio una hermosa azucena y se alegró, porque le representaba a su Amado, que es más blanco y puro que todas las cosas. Después vio una rosa muy hermosa, y dijo: «Así como la rosa es a los ojos corporales hermosa sobre todas las demás flores, así a los ojos del entendimiento mi Amado es mucho más bello y agradable que todos los amigos»9 (Epígrafes 28, 30 y 266).


  1. Raimundo Lulio (Ramón Llull), El libro del amigo y del Amado, Editorial Planeta, 1993.


Tomás de Kempis (1380-1471) dice en su Imitación de Cristo:


«Sin amigo no puedes vivir mucho; y si no fuere Jesús tu especialísimo amigo, estarás muy triste y desconsolado... Pues sobre todos tus amigos sea Jesús amado singularísimamente. Ama a todos por amor a Jesús, y a Jesús por sí mismo. Solo a Jesús se debe amar singularísimamente, porque Él solo se halla bueno y fidelísimo, más que todos los amigos. Por Él y en Él debes amar a los amigos y los enemigos y rogarle por todos, para que le conozcan y le amen» (segundo tratado, cap. VIII).


Tomás de Kempis invitaba a una «amistad familiar con Jesús»;


Nuestro Amigo Invisible llegará a serle más querido, íntimo y maravilloso cada día, hasta, por fin, conocer a «Jesús, el amante de su alma», no solo en una canción, sino en experiencia dichosa. Las dudas se desvanecen; su compañía es la más segura de todas. Esta amistad cálida, ardiente, madura prontamente, hasta que la gente ve su gloria brillando en sus ojos, y se torna cada mes más rica y radiante.10


  1. Tomás de Kempis, Imitación de Cristo (traducido por Fray Luis de Granada),

Editorial Crisol, Aguilar Editor, Madrid 1944.


Immanuel Kant (1724-1804) dice en su Ética y su Metafísica de las costumbres que «Considerada en su perfección, la amistad es la unión de dos personas a través del amor recíproco y del respeto». «Todo hombre cabal, afirma Kant, trata de hacerse digno de un amigo». Hay dos caminos para lograr esa dignidad: la franqueza o apertura del corazón y la liberalidad del ánimo.

Ortega y Gasset (1883-1955) dice que entre los amigos hay un profundo conocimiento del otro y que la persona auténtica es la que responde afirmativamente a su vocación más profunda, porque la libertad humana nos obliga a elegir en cada momento si vamos a ser fieles a nosotros mismos o no, a seguir nuestra vocación. No se puede esperar de los seres humanos determinado comportamiento futuro porque la vida es una realidad abierta, en construcción.

El verdadero amigo, por el hecho de serlo, ayuda al que ama a ser el que tiene que ser, esto es, a afirmar su vocación y lograr la felicidad. Por eso, constituye un enriquecimiento vital, más aún cuando ayuda a aflorar potencialidades ocultas.

Los Inklings

J. R. R. Tolkien mantuvo una estrecha relación con C.S. Lewis y el círculo de amigos de los Inklings, cuyas reuniones se iniciaron a principios de la década de 1930 y se extendieron hasta entrados los años 40. El grupo se reunía regularmente de manera informal los martes a mediodía en un pub de Oxford, y los jueves después de cenar en las habitaciones de Lewis, en el Magdalen College de la Universidad de Oxford. En sus reuniones leían, comentaban y criticaban sus obras o mantenían discusiones filosóficas y literarias -a veces planteaban inquietudes de índole espiritual- que cambiarían incluso el rumbo de sus vidas. Juntos disfrutaban de dulce compañía y grato esparcimiento, ridiculizaban prosas desastrosas, compartían poemas u obras inéditas, se estimulaban y se inspiraban unos a otros. En El Señor de los Anillos de J. R. R. Tolkien se hace patente la trascendencia de la amistad. El propio Tolkien dio una enorme importancia a la amistad, al afecto y a la lealtad en su vida privada.

Según C. S. Lewis (1898-1963), «la amistad es excluyente», ya que los mismos gustos e intereses separan a los amigos de los demás. Además, «la amistad es el más espiritual de los amores», y por tanto, está más expuesto a peligros como el orgullo auto-excluyente, por lo que requiere la protección de la humildad, así como la protección divina contra el sentido de superioridad frente a los demás.11


  1. C. S. Lewis, Los cuatro amores, editorial RIALP, Madrid, 1996.

Julián Marías (1914-2005) entabló al principio amistad con su maestro Ortega y Gasset no de manera directa y personal, sino a través del enriquecimiento que le ofrecían sus obras, lo cual produjo un cambio profundo en su trayectoria vital.

Para Marías la amistad se basa tanto en el amor como en el respeto a la intimidad porque la verdadera amistad se basa en la verdad compartida. La prueba más fehaciente de la amistad entre dos personas es que la muerte no las separa. El propio Marías expresa en un pasaje memorable: «Nunca sabría lo que debo a Ortega. No es posible decirlo: hay que serlo. Y esto mismo requiere el tiempo de una vida. Pocas veces he sentido más radicalmente la finitud humana que ahora, al morir mi maestro Ortega, mi mejor amigo».

Para Julián Marías la amistad es una relación personal basada en el amor que enriquece la vida, ayuda a ir en pos de la vocación y a conseguir la felicidad. Por eso, la amistad se basa en la entrega de uno mismo. Como estriba en el amor, es necesario respetar, ilusionarse por la otra persona, desear desarrollar todo su potencial, y proteger su intimidad. Es un respeto amoroso. Y por basarse en el amor, procura que sea perenne.

Pedro Laín Entralgo (1908-2001) en su libro Sobre la amistad, afirma que «el cristianismo modificó sustancialmente la idea de Dios, la idea del mundo y la idea del hombre vigentes en la sociedad grecorromana».12

  1. Pedro Laín Entralgo, Sobre la amistad, (Colección Austral), Editorial Espasa, Madrid, 1986; (Editorial Espasa Calpe, Madrid, 1985).


El Nuevo Testamento se hace eco de la amistad. No cabe duda, la amistad es una clase de amor. Pero, ¿qué es ser amante? Amante es quien da de sí algo -de lo que tiene, de lo que hace o de lo que es- para lograr el bien del amado.


Según Laín Entralgo, el cristiano debe perseguir en primer término «la perfección de la persona de aquel a quien ama y la de su propia persona; perfección que solo puede llegar a su plenitud más allá del orden natural mediante la operación del único manantial de "ser sobrenatural": la realidad de un Dios personal y salvador. La persona quiere el bien del amigo porque vive en Dios, y es por Él ayudada. Por eso lleva a efecto actos de benevolencia hacia la persona del amado».

El cristiano ama la persona del ser amado. En la vida cristiana, el amor al prójimo tiene por objeto a todas las personas, mientras que el amor de amistad solo tiene por objeto la persona del amigo. Jesús se declara a sí mismo amigo de quienes le siguen. «Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer» (Juan 15:15).


El fundamento último de la amistad es la naturaleza misma del hombre; la naturaleza no ama lo solitario, no quiere que los seres de ella nacidos, animales u hombres, existan en soledad; en ella tiene su verdadero origen la amistad.


«Quien por naturaleza es benéfico y liberal -dice Laín Entralgo-, ese no busca la amistad movido por la esperanza de una recompensa; aunque sin buscarla la encuentre luego por añadidura en todo aquello que la amistad por sí misma nos da: nos hace vividera la vida, da sentido cabal a la prosperidad, ayuda a soportar con buen ánimo la adversidad, suscita la esperanza en el porvenir, afirma y robustece la instalación en el presente. ¿Acaso hay algo más dulce que poder hablar a otro como uno se habla a sí mismo?»13


  1. Pedro Laín Entralgo, Sobre la amistad, (Colección Austral), Editorial Espasa, Madrid, 1986; (Editorial Espasa Calpe, Madrid, 1985).


Descripción de sus virtudes y características


Comentaremos las características más importantes de la amistad para tener en cuenta las cualidades que buscamos y, al mismo tiempo, poder ofrecérselas a los que procuran la nuestra. Pero mencionemos antes algunos requisitos previos.


Enamoramiento, admiración, identificación

La amistad sería comparable a un campo o jardín que es preciso cultivar. Supone una especie de enamoramiento previo, o admiración, empatía, afecto, devoción a una persona, querer conocer, estar y disfrutar con el amigo, pasar tiempo con él. Compartir con él (o ella) intereses, metas, experiencias, y hasta estrecheces y penurias. Sufrir con él, ir con él hasta donde haga falta. Acompañarle en la angustia y la dificultad. Es decir, identificarse con él. El verdadero amigo se desvive por el otro, está unido a él. Se goza de estar junto a él. «El ungüento y el perfume alegran el corazón, y el cordial consejo del amigo, al hombre. (Proverbios 27:9).


Aceptación

Exige aceptación incondicional. Creer en un amigo es tener fe en él. Esperar lo mejor, tener paciencia, confiar en él. Estar a su lado en los momentos difíciles. Es un pacto incondicional, una especie de contrato tácito, libre y voluntario, una promesa mutua de compromiso y dedicación, de entrega, ayuda y servicio que requiere sinceridad, honestidad e integridad. Valores todos ellos muy importantes para que la persona encuentre seguridad, estabilidad, y adquiera confianza. Un buen ejemplo es la amistad entre Jonatán y David (1 Samuel 20) La amistad también significa compartir el dolor. David y Jonatán, se identificaron en su dolor. «Lloraron el uno con el otro» (1 Samuel 20:41). Sus lágrimas fueron también su consuelo.


La verdadera amistad es desinteresada.

La amistad, para ser genuina, tiene que ser probada. No cuenta ni mide lo que ofrece, sino que lo da desinteresadamente. Por tanto, es generosa y heroica. Por eso muchos amigos dejan de serlo cuando se interpone alguna dificultad y son puestos a prueba. «El pobre es odioso aun a su amigo» (Proverbios 14:20). La amistad es, pues, un acto de lealtad y de fidelidad. Muchos son amigos, amigos falsos, cuando las cosas van bien, pues «muchos son los que aman al rico» (Proverbios 14:20); y «las riquezas traen muchos amigos, mas el pobre es apartado de su amigo» (Proverbios 19:4). «Muchos buscan el favor del generoso, y cada uno es amigo del hombre que da». «Todos los hermanos del pobre le aborrecen; ¡cuánto más sus amigos (o sea, los falsos amigos) se alejarán de él!» (Proverbios 19:6, 7).


Acceso, transparencia, disponibilidad

La amistad supone transparencia, desnudez, autenticidad, vulnerabilidad. No pretende, no manipula, no es jactanciosa, no hace de menos al otro. Todo esto brinda seguridad, protección, estima y aceptación. La amistad es discreta, respeta la confidencialidad. Cubre, disculpa, pasa por altos defectos y flaquezas. No disimula los propios -«el que cubre la falta busca amistad; mas el que la divulga, aparta al amigo» (Proverbios 17:9)-, tiene fe cuando los demás desconfían, afirma, espera lo mejor del amigo, y salvo que sea gravemente traicionada, prefiere mantenerse fiel. Es, sin duda, imprescindible para los humanos. Por eso, el que no tiene buenos amigos, padece, ciertamente, una grave menesterosidad.


Lealtad, fidelidad

La amistad es una relación afectiva que se apoya en el amor, la lealtad, la sinceridad y el compromiso; un vínculo basado en el trato asiduo y el interés recíproco a lo largo del tiempo. El verdadero amigo no tolera la difamación ni la crítica. Se muestra fiel, no traiciona. El amigo critica de frente y elogia a la espalda. Solo los verdaderos amigos tienen la osadía de declarar lo que no ven bien en nuestro comportamiento o en nuestra forma de ser. Criticar a espaldas no es propio de un amigo verdadero. Al revés, una amistad sólida capacita para defender y engrandecer a quien es juzgado sin estar presente. «Hierro con hierro se aguza; y así el hombre aguza (es decir, aviva, agudiza, estimula) el rostro de su amigo» (Proverbios 27:17).


El amigo se identifica. Comprende. Procura situarse en un plano de igualdad. Todo esto es pertinente en el plano de las relaciones humanas. Pero ¿lo es por lo que toca a la relación con Dios? La amistad comparte los secretos y sentimientos más recónditos del alma. Al hacerlo, experimenta unión, cercanía, proximidad y consuelo. Sabe callar y escuchar. Sabe comprender.


En sus días en la tierra, Jesús también necesitó ser comprendido. En ciertas ocasiones se mostró débil y vulnerable, pero no halló refugio ni alivio en nuestra amistad, ya que hasta sus seguidores y discípulos más íntimos le abandonaron.


La amistad del hombre con Dios


A raíz de la cuestión sobre quién o qué sea Dios, surge la pregunta fundamental que cabe plantearse: «¿Quién o qué soy yo?» Para que una relación significativa entre Dios y el hombre sea posible, es necesario responder a esta pregunta. «... El que sea una relación mecánica, determinista o personal -que es infinitamente más maravillosa, dice Francis Schaeffer-, dependerá de la respuesta a la pregunta: «¿Quién es ese Dios que está ahí?, y ¿quién soy yo?»


He aquí la cuestión primordial: ¿es posible cultivar una relación de amistad con Dios? ¿En qué términos? Esta relación tiene un significado muy especial para el hombre, ya que Él es Señor y Maestro. A nosotros nos corresponde obedecerle y seguirle. Él es perfecto. Él habita en un plano superior. Nosotros no podemos salvar la distancia que media entre su infinitud y nuestra pequeñez, entre la perfección y la imperfección, entre la santidad y el pecado.


Como señala el teólogo y escritor J. I. Packer (1926-2020):


«El espíritu de la religión del Antiguo Testamento rebosa con el pensamiento de la santidad de Dios. El hincapié constante es que los seres humanos, debido a su debilidad y su contaminación como criaturas pecadoras, deben aprender a humillarse y ser reverentes ante Dios. La religión era «el temor del Señor», una cuestión de conocer la propia pequeñez, de confesar las faltas y humillarse en la presencia de Dios, de cobijarse agradecidos bajo sus promesas de misericordia, y cuidar sobre todas las cosas caer en pecados de orgullo. Una y otra vez, se enfatiza que debemos mantener nuestro lugar y distancia en la presencia de un Dios santo. Este énfasis eclipsa todo lo demás».


Pero en el Nuevo Testamento los creyentes se relacionan con Dios como Padre. Los cristianos son sus hijos e hijas, sus herederos. El acento del Nuevo Testamento no es la dificultad y el peligro de acercarse a un Dios santo, sino la audacia y la confianza con que los creyentes pueden hacerlo: una audacia que surge de la fe en Cristo, y del conocimiento de su obra salvífica.14


  1. J. I. Packer, Knowing God, Inter Varsity Press, Downers Grove, Illinois, 1973; El conocimiento del Dios Santo, Editorial Vida. 2006.


«En quien tenemos seguridad y acceso con confianza por medio de la fe en él» (Efesios 3:12). «Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió... acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe» (Hebreos 10:19-22). Para los que son de Cristo, el Dios santo es un Padre amoroso; pertenecen a su familia; pueden acercarse a Él sin temor y estar siempre seguros de su preocupación y su cuidado paternal. Este es el núcleo del Nuevo Testamento. «El don supremo del amor de Dios es el de la filiación». Y la filiación hace posible una amistad con Dios Padre gracias al privilegio de ser sus hijos por adopción.


Tal vez al hombre de mentalidad profana puede parecer altiva impertinencia o arrogante presunción tratar de entablar una relación amistosa con el Dios santo e infinito, Creador y Señor del universo y de todo cuanto existe, pero es Él mismo quien nos invita y toma la iniciativa luego de allanar el terreno y habernos adoptado en su familia para poder disfrutar como hijos el gran privilegio de acogernos a su compañía.


La posibilidad de cultivar una amistad con Dios no depende de la iniciativa humana, es Dios mismo quien reclama nuestra amistad, gracias a la obra que Él ha llevado a cabo entregando a su Hijo para rescatarnos, por lo que es legítimo aspirar a ser «amigos suyos», aunque, ciertamente, ha de darse una correspondencia para que esta relación sea viable.


Uno de los momentos culminantes del Nuevo Testamento es la intimidad que Jesús tiene con sus discípulos en el aposento alto, lugar donde celebra con ellos la Última Cena. En ese cenáculo les abre su corazón y les confiesa cuánto ha anhelado celebrar con ellos ese momento. «Y les dijo: ¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezca!» (Lucas 22:15). Y les anuncia que esos instantes son un anticipo del banquete que celebrará con ellos en el reino de los cielos.


Por eso les manda que recuerden esos instantes impartiéndoles el pan y el vino en memoria de la inmolación de su cuerpo, su vida, su carne y su sangre por la remisión de pecados (los de todo el mundo), para participar con Él de la mesa celestial. Les revela su vivo deseo de intimidad y de comunión con ellos antes de padecer y partir de este mundo, hasta que todo se cumpla de manera plena en el reino de los cielos. «...ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios». ¿No es esta una declaración de inclusión filial? Si aceptamos por fe la obra que Él ha llevado a cabo en favor de nuestra expiación, Jesús nos considera sus hermanos. Tenemos el mismo Padre y el mismo Dios. Formamos parte de su familia.


Ahora bien, resulta que somos sus criaturas y llevamos impresa su semejanza en la naturaleza que hemos recibido. Pero también, para conocer a Dios es necesario ser de alguna manera semejantes a Él por lo que concierne al carácter, ya que los que no se asemejan en nada es imposible que tengan comunión unos con otros. Por tanto, es necesario aprovechar los recursos de la gracia para armonizar nuestro carácter con el carácter divino.


Como ocurre con toda relación, caben distintos grados o niveles de acercamiento, desde la mera formalidad hasta la intimidad más honda. Como insinuamos antes, hay amistades muy frágiles, fáciles de quebrar, y amistades que después de haber sido severamente probadas son difíciles de romper.


La amistad verdadera no exige una igualdad absoluta entre los amigos. Basta con que sus personalidades tengan algún punto de contacto, con detectar algún tipo de afinidad. Esa afinidad se basa en el hecho de que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, y una vez regenerado, es sometido a una transformación radical de su ser interior para conformarse a la imagen de Cristo que dio su vida por él y ahora habita en él, recuperando así lo que se había perdido por culpa del pecado. Por eso es posible la amistad de Dios con el hombre. Entre el Dios infinito y el hombre renacido, justificado y redimido.


Dios tiene ciertos atributos que no puede compartir con sus criaturas: su infinitud, eternidad, soberanía, etc., pero tiene otros que sí comparte con sus redimidos: inteligencia, amor, bondad, santidad, fidelidad... Dios es perfecto, el hombre no. En realidad, éste se ve impedido por una serie de escollos (en resumidas cuentas, su disposición al pecado) que obstaculizan su intento de acercamiento. Mas cuando éstos se eliminan o se esquivan, puede surgir una amistad maravillosa entre la criatura y su Creador, pero no sin reconocer dichos obstáculos y atenerse a lo establecido en la Palabra de Dios, a saber, con disciplina, obediencia, oración, desapego del mundo y fe en las verdades reveladas.


Como bien señala Tozer (1897-1963), cuanto más simple es una vida, más avanza en su amistad con Dios. Las formalidades son innecesarias cuando dos amigos se sientan a conversar. Los verdaderos amigos confían el uno en el otro. El verdadero amigo de Dios puede guardar silencio en su presencia por un espacio prolongado de tiempo. Donde hay plena confianza, sobran las palabras. El corazón que adora puede mantenerse en quietud y guardar silencio ante Dios. El privilegio más grande que le ha sido concedido al hombre es ser admitido en el círculo de amigos íntimos de Dios. Si no hay nada en los cielos ni en la tierra que nos aparte del amor de Dios, no debe haber nada en la tierra que nos aparte de su amistad.15


  1. A. W. Tozer, Ese increíble cristiano, Editorial Alianza, Harrisburg, PA, EE.UU., 1979.


La amistad es una de las principales fuentes de aceptación en la que beben los individuos. Uno de los pilares fundamentales de la amistad es saber escuchar al amigo, sentirse comprendido por él y ofrecer otro tanto a cambio. Dos buenos amigos se estiman, se suplen aceptación mutua. La amistad se retroalimenta recíprocamente. Todos tenemos necesidad de ser conocidos y comprendidos a fondo. Y dado que el único que nos conoce es Dios, Él puede ser sin duda nuestro mejor amigo. Pero tiene que haber correspondencia, ya que la amistad funciona en sentido recíproco, ya que dos no pueden caminar juntos si uno no quiere.


Pero para ser amigo de Dios es menester pensar como Él, es decir, estar dispuesto a cambiar, tratar de asemejarse a Él gracias a la transformación que le permitamos efectuar en nuestra persona, ya que Él es un caballero y en modo alguno desea violar la libertad sagrada que nos ha otorgado. Además es inmutable, santo y perfecto y no puede abandonar estos atributos. De modo que para acercarse a Él es necesario practicar una disciplina que podríamos designar semejanza de aproximación.


A través de la historia del cristianismo, muchos santos preclaros cultivaron una relación íntima con Dios. Dedicaron sus vidas a indagar y experimentar esta posibilidad. Se dieron cuenta de que podían practicar dos clases de plegaria: a) los tiempos señalados para la oración, y b) la constante elevación de los ojos a Dios mientras realizaban sus tareas y rutinas cotidianas. Esta opción es posible porque una vez que ha sido removida la culpa, no hay barrera ni obstáculo que nos separe de Dios, y estamos en condición de conversar con Él libremente. Por eso san Pablo nos insta a orar sin cesar.


Realmente, este es el mensaje central del Evangelio de Cristo y de toda la Biblia, a saber, Jesucristo vino a este mundo para restaurar la relación de Dios con el hombre y reconciliarse con todas las cosas. «Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten..., por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos...» (Colosenses 1:17-20). «Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia... Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto» (Colosenses 3:13-14).


Jesús y sus amigos.


Jesús, uno con el Padre y con sus discípulos (Juan 15, 1 Juan)

Jesús amaba a Lázaro, Marta y María y tuvo a los tres hermanos por amigos; así como a sus discípulos. La amistad que hubo entre Jesús y el apóstol Juan, amado de Jesús, debió ser realmente maravillosa. El Maestro considera amigos a sus discípulos. Les llamó «amigos míos» (Lucas 12:4). Éstos deben ser uno en Él. Puso la vida por sus amigos. Y dijo que Él los elegía libremente.


C. S. Lewis nos aclara: «Cristo, que dijo a sus discípulos "Vosotros no me habéis elegido a Mí, sino que yo os elegí a vosotros" puede realmente decir a cada grupo de amigos cristianos: "Vosotros no os habéis elegido unos a otros, sino que Yo os he elegido a unos para otros"». Y añade: «la amistad no es una recompensa por nuestra capacidad de elegir y por nuestro buen gusto de encontrarnos unos a otros, es el instrumento mediante el cual Dios revela a cada uno las bellezas de todos los demás...». (Los cuatro amores, p. 101).


«He aquí el que amas está enfermo... Y amaba Jesús a Marta, a su hermana y a Lázaro... Nuestro amigo Lázaro duerme; mas voy para despertarle» (Juan 11:3, 5, 11). Jesús aseguró que dar la vida por un amigo, es prueba de perfecta amistad (Juan 15:13). Al tomar la iniciativa de amar a sus criaturas, el amor del Padre no escatimó la vida de su propio Hijo para recuperar la amistad perdida del hombre en el paraíso y devolverle la salvación.


«Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer. No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé. Esto os mando: Que os améis unos a otros» (Juan 15:13-17).


«...Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado. «...Para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos» (Juan 17:21-26).

Así pues, el propósito de Dios para con nosotros es la unidad; que seamos uno en Él. Ahora bien, la unidad solo es posible si mantenemos una comunión con Él, los unos con otros, y con el Padre.

«En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos» (1 Juan 3:16).

«...Eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo» (1 Juan 1:4).

La amistad (philía) y el amor-caridad (ágape)

Estas son las características del amor-amistad, sublimadas por la gracia del amor-ágape o amor-caridad de Dios:

El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta (1 Corintios 13).


Características del amor:


  1. Es paciente, no se irrita ante los defectos del amigo, sabe sufrir, se sacrifica, se entrega a sí mismo en favor del otro, es benigno.

  2. Sabe perdonar, no guarda rencor, todo lo soporta.

  3. No es egoísta, sino generoso, desprendido, no busca lo suyo, busca el bien del amigo, su desarrollo, su madurez, su florecimiento.

  4. No hace cosas injustas, ni nada indebido; no hace, no piensa, no dice lo que no debe, sino solo lo que conviene, lo que edifica.

  5. Tiene fe. Todo lo cree, todo lo espera del amigo. Éste puede crecer, puede desarrollar todas sus potencialidades con la ayuda de Dios y de su amigo.

  6. Es humilde, no se jacta ni se envanece; es genuino, se hace vulnerable; es confiado, no teme ser conocido ni dar a conocer sus fallas o defectos.

  7. Busca la verdad, la guarda en su corazón, se alegra en ella, anda en rectitud.


No puede haber contradicción entre las dos clases de amistad porque se basan en las mismas premisas. Además, el mandato de «Amarás al Señor tu Dios.... y a tu prójimo como a ti mismo», significa amarle con el amor ágape o amor de Dios, el cual hace posible practicar un amor universal hacia todos los seres humanos, esto es, amar incluso a los enemigos, pues este es el amor cristiano.


El amor auténtico busca la perfección del ser amado. En el fondo, el amor auténtico busca y propicia el cambio, la dignidad del ser amado, que éste se convierta en objeto digno de amor. La esencia del cristianismo es el amor. El amor es superior a todo. Lo sustenta todo. Es abnegado y heroico. Está dispuesto a correr peligros, a arriesgar la vida. Sabe sufrir, sabe sacrificarse. Los humanos somos seres indefensos. Todos somos débiles y necesitados, criaturas dependientes. Todo lo recibimos por gracia, de manera totalmente gratuita.

El amor inculca en las personas un sentimiento profundo de valor, aceptación, dignidad, importancia, autoestima y seguridad. Aunque somos inválidas criaturas, Dios nos ha mostrado que debemos ser instruidos en el amor para asemejarnos a Él y ser canales de bendición para todas las gentes. El que ama está cerca de Dios. «Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros» (1 Juan 4:12). El cristiano está matriculado de por vida en la Escuela del Amor. Tiene que superar sus malos hábitos, actitudes y deseos, vicios y rasgos de carácter malsanos para aprender a amar con el amor de Dios, porque «Dios es amor» (1 Juan 4: 8, 16).

El amor es lo más grande que hay. Consiste en la entrega y generosidad de sí. Es un respeto ilusionado y amoroso a otras personas y sus posibilidades. Hace aflorar, desea que se cumplan y desarrollen todas sus potencialidades, dones y talentos. Preserva la intimidad. Imparte gozo y autoestima. Proporciona estabilidad y equilibrio. Induce a madurar. Engendra libertad, nos hace libres. Otorga vida y plenitud. Es incluyente, capaz de responder a toda necesidad. Es vivificador, dador de vida. El amor viene de Dios. Ahora bien, como el amor es lo más grande y los seres humanos están muy necesitados de amor, es obvio que la mayor necesidad del hombre es aprender a amar, y aprender a amar con el amor de Dios.

Si lo importante es el amor, hemos de animarnos y estimularnos unos a otros a expresar actitudes que afirmen y edifiquen a las personas, pues el amor es benevolente y procura el bien de nuestros semejantes, seres menesterosos e indigentes, como nosotros, que necesitan de aceptación y afirmación, que han menester de nuestra compasión y de nuestro servicio. Qué Dios nos otorgue su gracia para saber cómo amar y ministrar a cada cual, aunque solo sea con una palabra o una sonrisa. Los amores son regalos de Dios, pero podemos practicarlos y cultivarlos en nuestra vida para bendecir y ministrar a los demás.

Cualidades de la amistad

1. Una buena amistad siempre enriquece. La amistad permite compartir ideas, sentimientos, anhelos, tiempos buenos, problemas y dificultades de la vida, gustos e intereses afines, una misma visión, una misma pasión, afición y vocación, y puede entablarse entre personas muy dispares que tienen un mismo propósito, los mismos intereses, metas y objetivos, las mismas expectativas, voluntad y pensamiento, miran en la misma dirección y comparten secretos en estrecha intimidad. «Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces» (Jeremías 33:3). Esto les otorga un sello de exclusividad, son únicos, distintos. Se separan de la chusma. En cierto sentido se consideran superiores. Se tornan raros, sospechosos, amenazadores, extraños. Por eso algunas mujeres no quieren que sus maridos tengan amigos.

2. Los amigos no se juzgan, se respetan, se aceptan, se comprenden. Pero como se trata de una aceptación incondicional, tal conocimiento o descubrimiento mutuo es un proceso gradual, incidental, anecdótico, no brusco y forzado. Los amigos no ocultan su verdadero yo, se dan a conocer tal cual son, cuando viene al caso. La amistad no necesita esconderse ni protegerse detrás de máscaras o corazas. No teme ningún peligro, la amistad verdadera no amenaza a los que en ella confían. Un amigo se atreve a decir la verdad, aunque duela, pero con respeto y ánimo positivo.


3. La amistad es puesta a prueba cuando uno cae en desgracia. Cuando la vida se tuerce y las circunstancias son desfavorables, es cuando los verdaderos amigos brillan con luz propia. La desgracia es como una especie de filtro que ayuda a distinguir los amigos de los conocidos. Si una persona permanece al lado de otra en los peores momentos de su vida, le demuestra fehacientemente que su amistad está por encima de todo y que siempre podrá contar con ella. Los verdaderos amigos saben cuándo se necesita su apoyo sin que haya que pedírselo. En situaciones complicadas, uno puede desahogarse y buscar consuelo en ellos. A veces, basta con estar presente, no es necesario actuar ni hablar mucho. A lo largo de la vida las personas experimentan diversas circunstancias que pueden poner a prueba su amistad. Sin embargo, si la amistad es verdadera, comprometida, podrá superar cualquier situación.

4. La amistad auténtica no es posible cuando hay de por medio intereses y fines egoístas. La amistad es una relación que ayuda a crecer a las personas mediante una mutua colaboración desinteresada. Por eso, la relación de amistad exige sencillez por ambas partes, aceptación humilde de que somos menesterosos en algún aspecto y necesitamos la ayuda de los demás para vivir en plenitud. La amistad implica una posición de igualdad, al menos en cuanto al trato cotidiano. La excesiva superioridad por una de las partes puede suscitar admiración en la otra, pero apenas florecerá en verdadera amistad. El afán de dominio sofoca la relación de amistad. Como también usar a otro como medio para conseguir los propios fines. Así no es posible crear una unión entrañable.


«La primera ley de la amistad consiste en no solicitar de los amigos más que cosas honestas»; la amistad no es un recurso para obtener ventajas; conviene tener sumo cuidado en la elección de los amigos, hay que buscarlos entre los varones firmes, estables y constantes, sabiendo muy bien que no son muy frecuentes los hombres verdaderamente dignos de la amistad. «En los malos trances se ve si es seguro el amigo».


5. La amistad es una relación recíproca en la que ambas partes encuentran apoyo y son escuchadas, comprendidas y queridas. Ambas deben invertir tiempo para que la amistad se afirme y se fortalezca, y esto se consigue estando a favor de la otra persona. Cuando se invierte tiempo y dedicación en cultivar una amistad se obtiene una relación sólida, duradera y plena confianza.

6. La amistad es un vínculo que hay que conservar. Un amigo de verdad lo seguirá siendo por muy lejos que viva. La amistad no se desgasta con el paso del tiempo, al contrario, supera los obstáculos y se fortalece. Pero es menester cuidarla, protegerla de todo lo que la pueda perjudicar o desgastar. Las amistades se cultivan con los años y requieren tiempo. No obstante, el tiempo no se mide ni calcula, solo se comparte. Las amistades verdaderas traspasan las barreras del tiempo, no se imponen límites.


La amistad basada en la virtud es para siempre; la mutua benevolencia de dos hombres virtuosos y amigos no puede extinguirse jamás. Pero no todas las buenas amistades duran toda la vida. Hay muchas vicisitudes que amenazan la relación amistosa. Además, la pérdida de la virtud pone término a la amistad, «porque ésta difícilmente puede subsistir si se ha dejado de ser virtuoso». La traición también puede poner fin a la amistad. Judas traicionó a Jesús. Y David, en el Salmo 41:9, lamenta amargamente la traición de un amigo íntimo.


7. La amistad es un vínculo afectivo que une a las personas con lazos de afinidad, confianza, lealtad y reciprocidad. El amor y la amistad comparten valores como el compromiso, el respeto y la sinceridad. A veces es tan fuerte como el lazo de sangre que une a la familia. Se sustenta en la confianza, el respeto y sobre todo, la empatía. La amistad, además de afinidad, es empatía, esto es, se pone en el lugar del otro y siente lo que el otro siente. Los amigos disfrutan de las alegrías compartidas y sufren juntamente los problemas que les afectan. Un amigo es capaz de reír y llorar contigo. Hay amigos que llegan a ser tan importantes como los familiares y otros seres queridos. Esta importancia lleva a hacer por ellos todo lo que sea necesario. Uno está dispuesto a todo con tal de ayudar, apoyar y lograr el bienestar de sus amigos.

Ejemplo bíblicos de amistad

La Biblia suele usar expresiones cargadas de significado, que salpican sus páginas de forma recurrente, por ejemplo «andar con Dios» y «estar» con Él. La expresión «andar, caminar con» equivale a «ir acompañado de, conversar con, intimar con alguien». Y resulta que la amistad es como un «estar» y un «andar con».


«Y caminó Enoc con Dios. . . Y fueron todos los días de Enoc trescientos sesenta y cinco años. Caminó, pues, Enoc con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios». (Génesis 5:22-24). También Noé caminó con Dios e hizo pacto con Él. «Con Dios caminó Noé» (Génesis 6:9), y Dios le confió la construcción del arca.


Abraham fue considerado «amigo de Dios».


«. . . Siervo mío eres; tú, Jacob, a quien yo escogí, descendencia de Abraham mi amigo» (Isaías. 41:8 y ss). «Dios nuestro, ¿no echaste tú los moradores de esta tierra delante de tu pueblo Israel, y la diste a la descendencia de Abraham tu amigo para siempre?» (2 Crónicas 20:7). «Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios» (Santiago 2:23).


La persona que camina con Dios, aquel con quien Dios está, es perfectamente visible para los testigos que están alrededor. Se nota su presencia, su influjo positivo, el hálito que la envuelve, el aroma que desprende, de suerte que los observadores ven en derredor cómo se desenvuelve, la conducta que despliega; su respeto, reverencia y temor de Dios provocan admiración. Tal es el caso de Abraham, cuando Abimelec le dice: «Dios está contigo en todo cuanto haces» (Génesis 21:22). E hizo pacto con él. Abimelec trató benévolamente a Abraham, le dio ovejas y vacas y le dijo: «He aquí mi tierra delante de ti; habita donde bien te parezca (Génesis 20:15).

El caso de José es también bastante elocuente: «Mas Yahvé estaba con José, y fue varón próspero; y estaba en la casa de su amo el egipcio. Y vio su amo que Yahvé estaba con él, y que todo lo que él hacía, Yahvé lo hacía prosperar en su mano» (Génesis 39:2-3). Así pues, los cristianos deben exhibir un testimonio impecable frente al mundo. Sus obras han de ser bien visibles para los observadores y buscadores de la verdad, así como el pensamiento y el espíritu que les anima, para dejar bien claro que su fe no está basada en razones infundadas.


«...Pero Yahvé estaba con José y le extendió su misericordia, y le dio gracia en los ojos del jefe de la cárcel. Y el jefe de la cárcel entregó en mano de José el cuidado de todos los presos que había en aquella prisión; todo lo que se hacía allí, él lo hacía. No necesitaba atender el jefe de la cárcel cosa alguna de las que estaban al cuidado de José, porque Yahvé estaba con José, y lo que él hacía, Yahvé lo prosperaba» (Génesis 39:21-23)».


Moisés cultivó una amistad con Dios (Éxodo 3:12). «Y hablaba Yahvé a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero». Dios le dijo: «Mi presencia irá contigo, y te daré descanso». Y Moisés respondió: «Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí» (Éxodo 33:11-17; 18-23). Por otra parte, Moisés fue preceptor de Josué, sucesor, ayudante y discípulo suyo, cuando Israel dejó atrás la esclavitud de Egipto. Ambos convivieron unos 40 años en el desierto.


También se dice de David que «iba adelantando y engrandeciéndose, y Yahvé Dios de los ejércitos estaba con él» (2 Samuel 5:10).


Los santos y columnas del cristianismo de todos los tiempos cultivaron esa amistad y constante presencia de Dios, como Enoc, Moisés y Elías. También nuestro Señor. Por eso Jesús anduvo siempre con el Padre y sus discípulos anduvieron con Él mientras duró su vida pública, y después, con el Espíritu Santo. Nosotros también debemos ir en pos de Jesús -ser sus discípulos- para conocerle de manera íntima y personal, como verdaderos amigos y amantes.


«He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo» (Apocalipsis 3:20). ¿No es esto acaso compartir secretos y tener intimidad? Amistad es la devoción que un discípulo profesa a su Maestro, la conexión íntima y personal que con Él mantiene.


Cuando se obedecen los mandamientos de Dios se manifiesta la dignidad de las personas porque se las valora y respeta, por cuanto han sido creadas a imagen de Dios. Además, se garantiza el bienestar, la libertad y la dignidad de todos, es decir, se logra una sociedad libre y justa. Y también se honra al Dios eterno que imprime su imagen en ellas. Así se ama al Dios de los cielos: cumpliendo su santa y perfecta voluntad. De este modo, los rasgos del carácter de Cristo en el creyente expresan, reflejan la belleza suprema del carácter bondadoso y compasivo de Dios, los cuales, manifestados en plenitud, convierten la tierra en un pedazo de cielo donde mora la justicia y se instala el reino de los cielos. Por el contrario, el pecado, el orgullo, la avaricia, la envidia, el odio, la maldad y el egoísmo convierten muchas veces las familias, las sociedades y las naciones de la tierra en un auténtico infierno.

Rut y Noemí

Dos mujeres protagonizan una amistad muy especial en la Biblia. Noemí, su esposo y sus dos hijos, vivían en Belén, pequeño pueblo de Judá. Luego sobrevino hambre en la tierra y decidieron emigrar a Moab. Pero murió su esposo, y sus dos hijos se casaron con mujeres moabitas: Orfa, y Rut.


Los hijos de Noemí también murieron en Moab, y sus esposas quedaron viudas y sin hijos. A pesar de su gran dolor, Noemí siguió confiando en Dios. Pasada la hambruna en Israel, decidió regresar a su tierra, y aconsejó a sus nueras que se volvieran a la casa de sus padres. Orfa se despidió y volvió con sus familiares, pero Rut insistió en acompañar a Noemí. No se quiso separar de ella. Le dijo:


«No me ruegues que te deje, y me aparte de ti; porque a dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios. Donde tú murieres, moriré yo... sólo la muerte hará separación entre nosotras dos» (Rut 1:16-17).


Rut vio la fe de Noemí, abandonó sus dioses paganos y creyó en el Dios de Israel. Noemí perseveró en la fe a pesar del sufrimiento. Rut quiso seguir el buen ejemplo de su suegra y le mostró un amor desinteresado. Rut dejó atrás su pasado y cambió radicalmente de vida. Ambas se interesaron por su beneficio mutuo.


Noemí era judía, nacida en Belén; Rut era moabita, país tradicionalmente enfrentado con Israel; y además, tenían otra religión. ¿Qué fue, pues, lo que las unió?


Aunque la amistad de estas mujeres fue realmente especial, hoy todos tenemos la oportunidad de gozar de amistad incluso mayor. Dios quiere ser nuestro Amigo, y Él siempre estará a nuestro lado si es que decidimos seguirlo cada día de nuestras vidas.


Orfa decidió volver a sus raíces, a su familia. Rut adoptó otra postura: la amistad que la unía a su suegra era tan fuerte que estuvo dispuesta a arriesgarlo todo: familia, futuro, su pueblo y su dios por el pueblo y el Dios de Noemí, con tal de acompañar a su gran amiga.


El regreso a Belén no fue fácil para las dos pobres viudas, venidas a menos: «» (Rut 1:19-22). Noemí se vio sumida en el fracaso más absoluto: volvió vacía, sin marido, sin hijos, sin riquezas, sin ilusión y sin ganas. Todos sus proyectos quedaron reducidos a nada. No obstante, Rut, por ser extranjera y moabita, tuvo que adaptarse a unas gentes y costumbres totalmente extrañas. No tenían nada, pero se tenían la una a la otra. Y juntas rehicieron sus vidas en Belén. Luego Rut se casó con Booz, pariente de su marido. Su hijo, Obed, criado por Noemí, fue alegría y consuelo de su vejez. Obed fue padre de Jesé, y éste padre de David.


Lo que comenzó siendo una tragedia acaba en un final feliz gracias a la amistad entre dos mujeres de distinto origen. Dos mujeres unidas por una amistad que les permitió superar grandes dificultades.

Otros dos amigos fueron Elías y Eliseo. Qué duda cabe que el Espíritu de Dios guió a Elías en el llamamiento de Eliseo, y que, durante unos diez años, compartieron muchas experiencias y hasta milagros en la presencia de Dios, por lo que al final, cumplida la misión de Elías, de ninguna manera estuvo dispuesto Eliseo a separarse de él, aunque aquél lo intentara, por cuanto su discípulo estaba apegado a él.


David y Jonatán

La Biblia relata la amistad de David y Jonatán con bastante detalle. «Aconteció que cuando él hubo acabado de hablar con Saúl, el alma de Jonatán quedó ligada con la de David, y lo amó Jonatán como a sí mismo» De modo que establecieron un pacto. Jonatán estaba dispuesto a entregar su vida por él. «(1 Samuel 18:1, 3, 14, 28). Por lo que Jonatán dijo a David: «Lo que deseare tu alma, haré por ti» 1 Samuel 20:4). «Así hizo Jonatán pacto con la casa de David, diciendo: Requiéralo Yahvé de la mano de los enemigos de David. Y Jonatán hizo jurar a David otra vez, porque le amaba, pues le amaba como a sí mismo» (1 Samuel 20:16-17). Esta expresión se repite tres veces en 1 Samuel 18, 20).


David y Husai arquita

David también fue amigo de Husai arquita, a quien invitó a ir a Jerusalén, ciudad que sería la sede del reino, e incluso sustentarle el resto de sus días. Si bien Husai rehusó porque era un hombre acomodado, y como ya tenía 80 años prefirió quedarse en casa con los suyos. «Husai amigo del rey» (1 Crónicas 27:33).


Nehemías y Artajerjes

Nehemías fue copero del rey Artajerjes. Debió ser una persona jovial, siempre alegre, que se hacía notar, una de esas a las que todos quieren tener por amigo. Es obvio que el rey se alegraba de tener un servidor con ese carácter y que le tenía mucho aprecio. Es más, me atrevo a decir que le consideraba amigo suyo. Porque cuando un día notó que estaba triste, en seguida le preguntó qué problema le aquejaba. «¿Qué te pasa? Pues nunca antes has estado triste», le dice, «¿cuál es tu petición?» Es decir, el rey se interesó por sus problemas, ya que estaba claro que se trataba de un asunto personal. Y, de inmediato, le ofreció su apoyo. Precisamente, por eso, porque le iba a echar de menos, puso una condición a la petición de Nehemías: «¿Cuándo vas a volver?» Y Nehemías, por la confianza que tenía en el rey, se atrevió a exponerle el caso: le solicita el gran favor de ir a edificar Jerusalén y ausentarse por un tiempo. Cierto es que esta petición le fue concedida porque la gracia de Dios estaba con él, pero también, el rey estuvo dispuesto a sacrificarse, y a procurar el bienestar del pueblo judío, pues al preguntarle: ¿cuándo vas a volver?, en realidad le estaba manifestando que no le quería perder y que le iba a echar de menos. Es también evidente que el rey confiaba plenamente en él, y que Nehemías reunía ciertas cualidades, a buen seguro, buena apariencia, lo cual no es de extrañar, dado el cargo que desempeñaba, pues tendría que comparecer delante de reyes, gobernadores y dignatarios y agasajar con buen vino a reyes y poderosos en los actos y banquetes que exigían las relaciones diplomáticas internacionales. Tendría, pues, simpatía natural, semblante agradable, y, por supuesto, sería excelente enólogo, de otro modo no habría conseguido el puesto que consiguió, pues el rey y los cortesanos debían tener en él plena confianza, ya que, desde luego, el puesto de copero era muy delicado y nada fácil de conseguir. Y hay que suponer que el proceso de selección sería muy riguroso, y que no elegirían a cualquiera. El rey estuvo dispuesto a sacrificarse, a privarse de él por un tiempo. ¿Qué patrón -y menos un emperador- estaría dispuesto a guardar el puesto a un empleado suyo? Es claro que solo lo haría si se tratase de una persona muy especial. Y además, le proveyó de capitanes, etc...


Cantar de cantares

El Cantar de los cantares es una mística y jubilosa exaltación de los amores que hemos mencionado. El Amado considera a la Amada su esposa, hermana y amiga. En él se describe el proceso de unión entre los esposos y del alma con Dios, que en el plano espiritual representan a Cristo y su Iglesia (C. de Cantares 1:15; 2:1, 2:10; 4:1,7, 8,9,10,12; 5:1,2b,16; 6:4).


San Juan de la Cruz (1542-1591) con sus Canciones entre el alma y el Esposo, en 40 liras, que desglosa en su Cántico Espiritual, exalta de forma sublime esta relación espiritual en unos versos considerados por muchos críticos, entre ellos Menéndez Pelayo y Dámaso Alonso, obra cumbre de la lírica española y universal. Comienza así:

[ESPOSA]


¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, ¡y eras ido!

Pastores, los que fuereis
allá por las majadas al otero:
si por ventura viereis
aquel que yo más quiero,
decidle que adolezco, peno y muero.

Buscando mis amores,
iré por esos montes y riberas;
ni cogeré las flores,
ni temeré las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras.

¡Oh bosques y espesuras,
plantadas por la mano del Amado!
¡Oh prado de verduras,
de flores esmaltado
Decid si por vosotros ha pasado!16


  1. San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual. Editorial de espiritualidad, Madrid.


También Fray Luis de León (1527-1591) compuso dos versiones -en liras y égloga pastoril, con exposición y comentarios- del Cantar de Cantares17, y Teresa de Jesús (1515-1582), en sus Conceptos del amor de Dios sobre los Cantares, explica la unión del alma con Dios valiéndose del sacramento del matrimonio; y entre sus poesías figura este poemilla:


Dichoso el corazón enamorado

Que en solo Dios ha puesto el pensamiento,

Por Él renuncia todo lo criado,

Y en Él halla su gloria y su contento.

Aun de sí mismo vive descuidado,

Porque en su Dios está todo su intento,

Y así alegre pasa y muy gozoso

Las ondas de este mar tempestuoso.18


  1. Fray Luis de León, Cantar de Cantares, Editorial Signo, Madrid, 1936.

  2. Santa Teresa, Poesías, Obras completas, Editorial Monte Carmelo, Madrid, 1954.


La mística española

El siglo XIV fue de una gran decadencia para la iglesia. Las costumbres de los clérigos se relajaron de forma escandalosa, como muestra la historia y la literatura de la época. Por eso, desde ese mismo siglo, y más aún en el siguiente, se oyen voces que piden una reforma de las costumbres eclesiásticas. Todo eso desencadenaría luego la Reforma protestante. En España tuvieron lugar diversos movimientos espirituales: erasmismo (hubo verdaderos cenáculos), reforma de Cisneros, reforma luterana, reforma carmelitana -íntimamente ligada al apogeo de la literatura mística española-, el iluminismo, en fin, la mística ortodoxa y la heterodoxa, que entroncan con el movimiento iniciado en los Países Bajos y en Alemania en el siglo XIV, denominado la devotio moderna. Fueron un conjunto de comunidades religiosas, clérigos y seglares que se unían para vivir de una manera santa y renovada.

Según Juan Damasceno, la oración es una elevación de la mente y el corazón hacia Dios. Las escuelas místicas enseñan que se llega a la unión con Dios mediante la oración mental y la contemplación. Esta definición infiere que cualquier pensamiento santo es oración, directa o indirectamente. La presencia de la naturaleza sería una vía indirecta para acercarse al Creador, lo cual es muy importante en la expresión literaria de la mística española. La teología mística procura la transformación del alma y su unión con Dios. Y para ello sigue las vías purgativa, iluminativa y unitiva, que equivalen a purgación de pecados, rectificación de apetitos e iluminación del entendimiento. Pasando de la meditación al recogimiento, los místicos describieron con detalle una serie de estados, como la aversión a la representación de hechos y objetos y el estar a solas con Dios para refugiarse en la quietud y alejarse del ruido.

Aunque hubo místicos europeos precursores, como Bernardo de Claraval (Clairvaux, 1090-1153), el maestro Eckhart (1260- c. 1328), y Tauler y Ruysbroeck en el siglo XIV, en el siglo XV hubo místicos de renombre dentro de la ortodoxia española: Francisco de Osuna (1497-1941), Juan de Ávila (1499-1569), autor de libros como Tratado del amor de Dios y Audi filia, Fray Luis de Granada (1504-1588) -a quienes tanto debe la historia de nuestra espiritualidad-, autor de Libro de la oración y meditación y Guía de pecadores, entre otras obras, Tomás de Villanueva (1486-1555), Bernardino de Laredo (1482-1540), Alonso de Madrid (1480-1542), Alonso de Orozco (1500-1591), autor de Vergel de oración y Monte de contemplación.

Francisco de Osuna buscó incansablemente la verdad de Dios por la vía del recogimiento y del amor, impregnó la espiritualidad española del siglo XVI, e influyó en otros espíritus contemplativos. Sus escritos y sus Abecedarios espirituales fueron escuela de grandes místicos. Pero en la espiritualidad española también hubo heterodoxos proscritos, como Juan de Valdés (1509-1541), autor de Diálogo de la lengua (y otro de la doctrina cristiana), y Alfabeto cristiano, y Miguel de Molinos (1628-1696), promotor y sintetizador del quietismo y autor de una Guía espiritual, por desgracia, mejor conocido fuera que dentro de España.

Jesús y Natanael

Jesús vino a la tierra para ofrecernos la posibilidad de cultivar una amistad íntima con Él, Creador nuestro. Un ejemplo interesante se halla en San Juan 3, la relación entre Jesús y Natanael, uno de los pasajes más enternecedores de toda la Biblia. Se nos dice muy poco acerca del personaje, pero lo que se nos dice es ciertamente revelador. En primer lugar, el discípulo Felipe le conoce y le invita a conocer a Jesús. Natanael, al oír que Jesús es de Nazaret, responde escépticamente diciendo «¿Acaso de Nazaret puede salir algo de bueno?» En este juicio Natanael manifiesta discernimiento espiritual de toda una ciudad. No era una estimación positiva. No había visto nada bueno en ella. Posiblemente, la condición espiritual de la ciudad le disgustaba en lo más profundo de su corazón. Pero lo que resulta realmente asombroso es lo que Jesús declara cuando él se acerca: «He aquí un verdadero israelita en quien no hay engaño». Resulta que Jesús le conoce y él no lo sabe. ¿De dónde le conoce? Le había visto cuando estaba debajo de la higuera. ¿Y qué hacía él allí? Sin duda, oraba y meditaba en secreto. Posiblemente pidió a Dios revelación de su reino, de sí mismo, del Mesías y de la liberación y el destino de Israel. Sin duda, Natanael había derramado su corazón delante de Dios. Y Dios le había visto y oído, conocido y respondido con la llamada de Felipe. Es decir, Jesús le conocía personal e íntimamente. Por eso, Natanael cree en Él y hace una declaración contundente: «Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel». Luego, Natanael amaba la verdad y no soportaba el engaño ni la mentira. Era un buscador de la verdad. Y en ese negocio había estado ocupado debajo de la higuera. A partir de ese momento se convierte en un nuevo discípulo de Jesús.


La primera condición para crear una relación de amistad es adoptar una actitud generosa. La generosidad suscita confianza, mueve a pensar que alguien es fiable, fiel, digno de compartir con él o ella secretos y confidencias. Donde hay compañía hay consuelo, huye la soledad. No es como la libertad individualista, existencialista de Sartre, henchida de soledad. Los amigos comparten secretos. Los secretos no tienen por qué ser temores, fracasos o defectos, pueden ser pequeños (o grandes tesoros), puntos de vista, sensibilidad poética, afanes, sueños, metas, aspiraciones, hallazgos, anhelos, descubrimientos...


Esta actitud de apertura mutua permite una relación fluida, sincera, serena, franca, constructiva y confidencial, porque los que se tratan de esa forma no necesitan establecer barreras de precaución y convierten los límites propios de su personalidad en espacios de interrelación. En ese campo de comunicación se despierta un sentimiento profundo de simpatía, es decir, uno siente las alegrías y las penas de otro. Esa vibración espiritual permite ver al otro desde dentro, ponerse en su lugar, contemplar la vida con sus ojos. Es la función de la empatía. La comprensión del amigo nos garantiza que nos saldrá al encuentro cuando nos vea menesterosos.


Eclesiástico (6:14, DHH) declara: «El amigo fiel es seguro refugio, el que lo encuentra, ha encontrado un tesoro. El amigo fiel no tiene precio, no hay peso que mida su valor. El amigo fiel es remedio de vida, los que temen al Señor lo encontrarán». Es decir, el valor de un amigo fiel no se mide con dinero. Los buenos amigos conciertan un pacto expreso o tácito, una alianza de salvaguarda y mutua protección.

La presencia de Dios: Frank Laubach y el hermano Lorenzo


Hay dos hombres en la historia de la Iglesia que escribieron de manera muy sencilla sobre el tema de la práctica de la presencia de Dios. Ambos dieron vivo testimonio de la realidad de un caminar casi continuo, consciente, en la presencia de Cristo. Uno vivió en el siglo XVII, el otro, en el siglo XX.


Frank Laubach, también conocido como «Apóstol de los Analfabetos», nació en Estados Unidos en 1884 y murió en 1970. Fue misionero entre los musulmanes del sur de Filipinas: enseñó a leer y escribir a muchos. Dejó profunda huella. Pero el manantial de su vida brotó en los días que pasó en una pequeña, solitaria colina, que se alzaba detrás de la choza que ocupó en la isla de Mindanao. Contó su experiencia en una serie de cartas a su padre. He aquí algunas meditaciones extraídas de dos de sus obras: Cartas de un místico moderno y Juegos con los minutos.


De modo que, al mirar cada cosa hermosa, puede preguntarse: «Querido padre, ¿qué me quieres decir a través de esto, y eso, y aquello?»

Cuando vaya de paseo y disfrute del aire libre, puede recordar a Dios al menos una vez por minuto sin esfuerzo, si recuerda que «la belleza es la voz de Dios». En cada flor, cada árbol, río, lago, montaña y puesta de sol, Dios nos habla. «Este es el mundo de mi Padre, toda la naturaleza canta para los oídos atentos...».

El privilegio más precioso de hablar con Dios es la intimidad que se puede disfrutar con Él. Una sucesión gloriosa de minutos celestiales pueden ser nuestros.

¡Qué insensata es la gente al menospreciar el gozo más intenso que puede disfrutar en la vida dando un paseo a solas!

...Este sentir de cooperar con Dios en las pequeñas cosas me asombra, pues nunca antes lo experimenté. Si busco algo, me doy la vuelta, y allí me está esperando. Desde luego, debo trabajar, pero ahí está Dios actuando junto a mí. Él se encarga de todo lo demás. Mi parte es vivir esta hora en continua conversación interior con Dios, y en perfecta sumisión a su voluntad, para que sea gloriosamente rica. Parece que esto es todo en lo que necesito pensar (29 de enero de 1930).


Asegúrese de que al acostarse, cuando el sueño le venza, sus últimos pensamientos sean en Cristo. Susurremos cualquier palabra cariñosa que nos sugiera el corazón. Si ha caminado con Él durante todo el día, hallará que Él es el querido compañero de sus sueños. A veces, después de toda una jornada, nos quedamos dormidos con la almohada humedecida por las lágrimas de alegría, sintiendo su toque suave en nuestra frente. Normalmente no sentirá emociones profundas, pero siempre conocerá una «paz que sobrepasa todo entendimiento». Este es el fin de un día perfecto.


La viva emoción que he disfrutado en comunión con Dios me hace sentir disgusto hacia cualquier cosa desacorde con Él. Esta tarde la presencia de Dios me sorprendió con un gozo tan sobrecogedor que me parece que nunca había experimentado nada semejante. Él se mostró tan cercano y asombrosamente amoroso que sentí como si me derritiera bajo un extraño y dichoso contentamiento. Después de haber tenido esta experiencia, que ahora recurre varias veces a la semana, me repele el señuelo de la suciedad, porque conozco su poder para alejarme de Dios. Y luego de una hora de estrecha intimidad con Él mi alma se siente limpia como la nieve recién caída.


¡Oh, qué maravilla es mantener contacto con Dios, hacerle objeto de mi pensamiento y compañero de mis conversaciones! Es lo más asombroso que jamás he conocido. Da resultado. No lo he logrado por media jornada todavía, pero confío en que podré hacerlo durante todo el día. Se trata de adquirir un nuevo hábito de pensamiento. Me gusta tanto la presencia de Dios que cuando se desliza de mi mente por media hora -pues Él se oculta muchas veces al día- siento como si le hubiera abandonado, como si hubiera perdido para siempre algo inestimable.


Hágale su amigo inseparable. Procure recordarle al menos un segundo de cada minuto. No hay por qué olvidar otras cosas ni detener o abandonar el trabajo, sino invitarle a compartir todo lo que hacemos, decimos o pensamos.


Nadie está completamente satisfecho de sí mismo. Nuestras vidas están henchidas de luces y de sombras, de algunos días buenos y de otros muchos malos y mediocres. Hemos conocido que las horas y los días buenos acaecen cuando estamos muy cerca de Cristo, y que los días malos sobrevienen cuando le apartamos de nuestro pensamiento. Queda, pues, claro, que la forma de conseguir más días y horas como los tales es incluirle a Él en todo lo que hacemos, decimos o pensamos.


En defensa de la apertura de mi alma para exponerla desnuda a la inspección pública, puedo decir que me parece a mí que rara vez hacemos bien alguno a nadie, excepto cuando compartimos las experiencias más profundas de nuestra alma. No se estila contar los pensamientos más profundos, pero hay muchas modas equivocadas, y encubrir lo mejor de uno mismo no es correcto. Desapruebo la costumbre de hablar de cosas banales siempre que nos saludamos, colgando un velo sobre nuestras almas. Si estamos tan empobrecidos que no tenemos nada que revelar, sino articular meras palabras convencionales, entonces necesitamos esforzarnos por más riqueza de alma.


Ningún hábito mantiene el pensamiento uniformemente noble y saludable como éste, No conozco nada mejor para proteger la mente que transformar todo pensamiento en una conversación con Dios. Cuando acudan a ella cualquier clase de pensamiento maligno, diga: «Señor, esto no conviene a nuestra conversación. Origina tú mi pensamiento en mi mente. Renueva mi mente con tu presencia». Y se produce una purificación instantánea.


Cualquier hora de un día cualquiera puede ser perfecta por un simple acto de elección. Lo será si uno mira a Dios, si espera su dirección e intenta seriamente hacer cada cosa exactamente como Dios la desea, tan perfecta como posible. No son necesarias las emociones. Tan solo el cumplimiento cabal de la voluntad de Dios hace que una hora sea perfecta.


Al despertarnos por la mañana, podemos preguntarle: «Señor, ¿es hora de levantarme?» Algunos le susurramos cada pensamiento, al vestirnos, lavarnos, cepillarnos los zapatos y elegir la ropa. Cristo se interesa en cada nimiedad, porque nos ama más íntimamente de lo que una madre ama a su bebé, o un amante a su amada, y le agrada cada pregunta que le hacemos.19


  1. Frank Laubach, Letters by a Modern Mystic (FORM Publisher, 2021) y The Game with Minutes (Martino Fine Books 2012). Próximamente en versión española.


El hermano Lorenzo (Nicholas Herman, 1611-1691) nació en la Lorena francesa. A los 18 años tuvo una intensa experiencia con Dios y se convirtió a Cristo. Después fue soldado. Pasó dos décadas combatiendo en la guerra de los Treinta Años, en la que resultó gravemente herido. Después se dedicó al servicio doméstico. A los 55 años, ingresó en un monasterio carmelita abierto en París con el nombre de hermano Lorenzo. En el monasterio se dedicó servir en la cocina durante quince años, y a reparar sandalias. Llegó a ser bien conocido por su fe sencilla y su experiencia pausada y continua de la presencia de Dios.


Ninguna tarea era trivial para el hermano Lorenzo. Supo transformar los quehaceres cotidianos en experiencias gloriosas. Como Benito de Nursia y Bernardo de Claraval, combinó el trabajo con la oración. De él solo se conservan algunas breves cartas y «conversaciones» que reflejan la belleza, la sencillez y el gozo de vivir en la presencia de Dios en medio de la fatiga y la rutina cotidianas. Su felicidad se transparentaba, lo que suscitó en muchos hermanos y visitantes del convento el deseo de conocer su «secreto».


He aquí algunos fragmentos de su librito La práctica de la presencia de Dios:


Para poder formar el hábito de conversar continuamente con Dios y referirle todo lo que hacemos, debemos antes aplicarnos a Él con diligencia. Pero después de un poco de esfuerzo descubriremos que su amor nos reclama interiormente a su presencia sin ninguna dificultad.


En todo debemos actuar con Dios con la mayor simplicidad, hablar con Él franca y llanamente, e implorar su asistencia en nuestros asuntos según nos acontecen. Dios nunca falla en dispensarnos ayuda; esa ha sido mi experiencia.


Toda mortificación del cuerpo y demás disciplinas resultan inútiles a no ser que sirvan para llegar a la unión con Dios por amor. Después de considerar esto bien, he descubierto que el camino más corto a Dios es ir directamente a Él mediante un continuo ejercicio de amor, y hacer todas las cosas por Él.


Comentaré francamente mi manera de acercarme a Dios. Todo depende de renunciar de corazón a todas las cosas que somos conscientes que no conducen a Dios. Es preciso sostener una continua conversación con Él libre y sencilla. Hemos de reconocer que Dios está siempre íntimamente presente en nuestro medio y dirigirnos a Él en todo momento. En las cosas dudosas, hemos menester de su ayuda para conocer su voluntad, ejecutar rectamente las cosas que con certeza sabemos que Él requiere de nosotros, ofrecerle todas las cosas antes de hacerlas y darle gracias al terminarlas.


El método más excelente que conozco para acercarme a Dios es hacer las tareas comunes sin intención alguna de agradar a los hombres, y en tanto sea posible, hacerlas por puro amor a Dios.


¡Oh!, si conociéramos la necesidad que tenemos de la presencia de Dios, si comprendiéramos cuánto necesitamos su ayuda en todas las cosas, si viéramos realmente cuán inútiles somos sin Él. No dejaríamos que se nos escapase ni siquiera por un instante.20


El hermano Lorenzo realizaba su trabajo diario conversando familiarmente con su Hacedor, implorando la gracia del Señor y ofreciéndole todos sus actos.


  1. El hermano Lorenzo, La práctica de la presencia de Dios; Editorial CLIE; Vida Publishers, 2007.


Oswald Chambers (1874-1917) escribió lo siguiente en su diario devocional En pos de lo supremo:

«...Debemos vivir, movernos y existir en Dios, juzgarlo todo en relación con Él, proyectar en todo momento la conciencia permanente de Dios sobre un primer plano... ¿Cómo nos atrevemos a ser tan incrédulos cuando Dios nos rodea por completo? Fijar la mente en Dios es contar con un muro protector eficaz contra los ataques del enemigo... Muchas veces nos privamos de la milagrosa verdad de la compañía permanente del Señor. Dios es nuestro refugio, nada puede minar su protección (2 de junio).

¿Qué es lo que identifica a un amigo? ¿Que me cuenta sus pesares secretos? No. Más bien me confía sus alegrías íntimas. Muchos te hablarán de sus tristezas ocultas, pero la máxima nota de intimidad es confiar las alegrías secretas. ¿Hemos permitido a Dios alguna vez que nos cuente algún regocijo suyo? ¿O le contamos nuestros secretos tan a menudo que no le damos tiempo para hablarnos? Al comienzo de nuestra vida cristiana hacemos muchas peticiones; pero luego descubrimos que Dios quiere que entablemos una relación íntima con Él, que entremos en contacto con sus propósitos. ¿Estamos tan estrechamente unidos a la noción que Jesús tenía de la oración -hágase tu voluntad- que podemos discernir los secretos divinos? Dios nos resulta tan precioso no tanto por sus grandes bendiciones, sino por las bendiciones pequeñas, pues ellas demuestran su maravillosa intimidad con nosotros. Él conoce cada detalle de nuestra vida personal (3 de junio).


...¿Considero mi vida como si estuviera en la casa de mi Padre? ¿Habita el Hijo de Dios en la casa de su Padre dentro de mí? Dios es la realidad permanente y su orden me llega momento tras momento. ¿Estoy siempre en contacto con la realidad de Dios, o solamente oro cuando las cosas van mal, cuando hay una perturbación en mi vida?... Me es necesario estar en la casa de mi padre y vivir en ella cada momento de mi vida... Piensa en tus propias circunstancias. ¿Estás tan identificado con la vida de nuestro Señor que eres simplemente un hijo de Dios que le habla en todo tiempo y que comprende que todo viene de sus manos? ¿El Hijo eterno que vive en ti está viviendo en la casa de su Padre?... ¿Has venido preguntándote porqué estás pasando por ciertas circunstancias? De hecho, no es que tengas que pasar por ellas, las vives por causa de la relación en la que ha entrado el Hijo de Dios contigo, según la providencia del Padre en tu condición específica como santo de Dios. Debes permitirle hacer su voluntad en ti, permanecer en perfecta unión con Él (7 de agosto).21


  1. Oswald Chambers, En pos de lo supremo, Editorial CLIE, Agapea, 2012).


Francis Schaeffer (1912-1984), en la IV sección de su libro The God Who is There (El Dios que está ahí o El Dios que existe) expone el siguiente razonamiento:


«La verdadera espiritualidad consiste en mantener una relación correcta con el Dios que está ahí gracias a la obra perfectamente acabada de la justificación, y permanecer en ella como realidad continua momento a momento. Esta es la auténtica espiritualidad que se enfatiza en la Biblia: una relación continua y sincera, momento a momento, con el Dios que existe».22

  1. Francis Schaeffer, The God Who is There (El Dios que está ahí o El Dios que existe), Inter Varsity Press, 1970.

El hombre necesita desesperadamente un objeto digno (sublime) de todo su amor, su afecto, dedicación y adoración. Ese objeto precioso, digno de su atención, solo puede ser Dios, porque Él es el único Dios glorioso y fascinante que existe. Solo Él es digno de recibir nuestras vidas en holocausto, cual dulce ofrenda de amor y de fe. Por eso el hombre tiene necesidad de buscar cobijo en Él y de cultivar una dulce amistad con su protector en amor, humildad y obediencia. Solo Él es merecedor de toda nuestra alabanza y adoración.


El Dios personal e infinito existe. El cristianismo afirma el valor de la persona porque está enraizada en el Dios personal que siempre ha sido. En esto consiste el sentido de la vida. Aceptar a Cristo como Salvador significa que mi relación personal con el Dios personal es restaurada. El cristiano se ampara bajo la luz de la personalidad, exactamente lo opuesto al angustioso dilema que aflige al hombre moderno (o posmoderno) que no halla sentido en nada, aunque lo busque en sí mismo.


Esta realidad nos abre la puerta a una relación personal con el Dios del cielo. Pero en la vida real, aquí y ahora. La vida se troca en emocionante maravilla si entablamos una relación personal con el Dios que existe. «Esta generación se caracteriza porque vive huérfana en un universo sin nadie en casa», dice Francis Schaeffer.23 En cambio, el cristiano sabe quién es y conoce personalmente a su Hacedor. Le habla y Él le escucha. Por tanto, es posible cultivar una relación personal con el Dios que existe, sobre la base de la obra acabada de Cristo.


  1. Francis Schaeffer, The God Who is There (El Dios que está ahí o El Dios que existe), Inter Varsity Press, 1970.


«He aquí una extraña y maravillosa excentricidad de un Dios libre: Ha decidido identificarse emocionalmente con los hombres. Aunque Él es absolutamente autosuficiente, anhela recibir nuestro amor (voluntario, en libertad), y no estará satisfecho hasta que lo consiga. Aunque Él es un Ser libre por excelencia, ha decidido ligar su corazón al nuestro por siempre jamás» (A. W. Tozer).


Padre celestial, te rogamos que por los méritos obtenidos por el inmenso sacrificio de tu Hijo Jesucristo, nos tengas por dignos de fortalecernos en confianza para que seamos tus amigos íntimos, y así participemos en el afortunado círculo de devotos del gran Amigo fiel. También te rogamos nos concedas la gracia de poder contar con algún amigo fiel y que nosotros mismos lo seamos para otros. Amén.


Antonio Pérez Sobrino